PESADILLA. Olga salía todos los días a hacer ejercicio en un cerro; ayer la mataron de un disparo

Zona Oriente
PESADILLA. Olga salía todos los días a hacer ejercicio en un cerro; ayer la mataron de un disparo

Cada mañana, cuando el sol apenas destellaba los primeros rayos sobre la Sierra de Guadalupe, Olga Hernández Castillo, de 53 años, salía de su casa en Tlalnepantla con el mismo propósito, ejercitarse, respirar aire puro y disfrutar del amanecer en el cerro de Tlalayote, conocido también como el Mirador de Tlalayotes.

Era su rutina, su espacio de paz, su forma de empezar el día con energía, pero este martes Olga no volvió a casa.

Alrededor de las ocho de la mañana, senderistas que recorrían el camino que conecta la colonia Lázaro Cárdenas con San Andrés de la Cañada, en Ecatepec, la encontraron sin vida.

Su cuerpo yacía en una vereda de tierra, rodeado por la maleza y el silencio del cerro; había recibido un disparo en el pecho, una herida que le arrebató la vida de forma instantánea.

Su familia, preocupada al no verla regresar, había iniciado la búsqueda por cuenta propia, la esperanza de hallarla con vida se desvaneció cuando las autoridades les notificaron la tragedia.

El lugar donde fue localizada, una zona limítrofe entre Gustavo A. Madero, Ecatepec y Tlalnepantla, es conocido no solo por sus paisajes, sino también por su creciente inseguridad desde el año 2021, vecinos y deportistas han denunciado asaltos, ataques y agresiones sexuales en la parte alta de la Sierra de Guadalupe.

Criminales armados, incluso con armas de uso exclusivo del ejército, operan en grupos de tres a seis personas, atacando a ciclistas, senderistas y a cualquiera que se atreva a subir.

La fiscalía mexiquense con sede en Tlalnepantla realizó el levantamiento del cuerpo e inició las primeras investigaciones.

Aunque todo apunta a un intento de robo violento, las autoridades abrieron una carpeta por posible feminicidio.

Los habitantes de las comunidades cercanas insisten en que el peligro en el cerro es real, piden vigilancia, patrullajes y sobre todo atención, pero las promesas han sido pocas y la presencia policiaca casi nula.

Hoy Olga se suma tristemente a las estadísticas, a esas cifras que se repiten una y otra vez en los informes, pero que pocas veces se sienten tan cercanas, tan humanas.

Su historia es la de muchas mujeres que salen de casa con confianza y nunca regresan; la de una comunidad que vive con miedo en un territorio olvidado, la de un país donde la rutina más sencilla puede convertirse en tragedia.

En el cerro de Tlalayote el viento sigue soplando entre los caminos de tierra, pero ahora, su eco lleva el nombre de Olga Hernández Castillo, una mujer que solo quería correr al amanecer y que, en cambio, encontró la sombra de la violencia que tanto duele y que tanto se repite

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